jueves, 21 de enero de 2010

LEYENDA DEL REY MONO III PARTE.

TRIPITAKA

Un día, muchos años después de haber encerrado a Mono en la montaña de los cinco elementos, Buda se hallaba en consejo explicando las escrituras a los inmortales.

- Entre la gente de los cuatro ángulos de la tierra hay hombres buenos y hombres malos –suspiró-. Y yo tengo tres volúmenes de escrituras que serían de una gran ayuda para convertir a la gente mala, pero los libros se encuentran en las Tierras Occidentales, y tengo que encontrar a alguien que esté dispuesto a ir a buscarlos, para que los habitantes de China puedan aprender los caminos de la rectitud. Así que hay que encontrar a quien quiera emprender esta peregrinación.
- Yo iré a buscar ese peregrino –dijo la diosa de la misericordia, Guanyin, que siempre estaba consciente de las necesidades del género humano.

Buda se alegró mucho y pidió a la diosa que ayudara en todo lo posible a los peregrinos y que les protegiera de bandidos y demonios que suelen abundar por los caminos que unen la China con las Tierras Occidentales.

Guanyin partió para China con uno de sus asistentes. A veces era visible, otras no, a veces era ella misma, otras iba disfrazada de monje. Finalmente llegaron a Chang’an, la capital de China.

En aquel tiempo era emperador de China el gran Taizong, de la dinastía Tang. La tierra estaba en paz y Chang’an era un floreciente centro de comercio y ciencia. Los hombres de talento de la ciudad iban a gobernar las provincias. Hacía algo así como unos veinte años, uno de estos hombres, que se llamaba Chen, había sido enviado a gobernar un distrito del sur, para lo que se había puesto en camino con su esposa. Durante el trayecto, unos bandidos les habían asaltado, matándole a él y llevándose a su esposa que estaba encinta. La pobre mujer hubiera preferido morir que vivir con los ladrones, pero dado que esperaba un hijo se armó de valor esperando aquel acontecimiento. Cuando nació el pequeño, consciente de que el ambiente que la rodeaba no era el que quería para su hijo, lo ató a una gruesa tabla y lo dejó en el río, con la esperanza de que la corriente lo llevaría a buen lugar. La tabla fue a detenerse cerca de un monasterio, donde un abad, al oír llorar a un niño, acudió a ver qué sucedía. Tomó al niño en sus brazos y lo educó para monje, dándole el nombre de Shuanzhuang. Años más tarde, Shuanzhuang, gracias a la ropa con la que le habían encontrado, halló a su madre y supo del destino de su padre, haciéndoselo saber al emperador, quien mandó ejecutar a los asesinos. Shuanzhuang se convirtió en un monje famoso, reverenciado por su carácter y su sabiduría.

Mientras tanto, la diosa Guanyin había comparecido ante el emperador en Chang’an y le había dado instrucciones para que encontrara un monje dispuesto a viajar a las Tierras Occidentales para recoger las escrituras. Shuanzhuang se había presentado voluntario, y el emperador lo había aceptado con mucho gozo, honrándole con el nombre de Tripitaka, que era el de las escrituras que estaba encargado de recoger. Le dio los papeles firmados y sellados por su propia mano para el viaje, y le proporcionó dos sirvientes, dinero y caballo, y Tripitaka se puso en camino.

Apenas hubo dejado los límites de China, toda suerte de espíritus diabólicos y animales salvajes atacaron a la expedición. Los dos sirvientes fueron asesinados, pero el monje, gracias a la ayuda de la deidad de la Estrella de Oro, logró salir con vida y huir a toda carrera, encontrándose con un cazador que le ofreció su techo para pasar la noche. A la mañana siguiente, cuando Tripitaka se despedía con pesar del amable cazador, se oyó una voz como un trueno que retumbaba por todas las montañas y decía:
- ¡Mi amo ha llegado, mi amo ha llegado!
Ambos se quedaron inmóviles escuchando y de pronto el cazador recordó:
- Es el viejo mono que está prisionero en la montaña. Ha pasado allí cientos de años. Nunca le he oído armar tanto ruido. Vayamos a ver qué le pasa.

En el valle, por una grieta entre las rocas, vieron el rostro de Mono que les miraba y extendía uno de sus brazos hacia ellos.
- Maestro, maestro –dijo-, por fin has llegado. Me encerraron aquí por armar alboroto en el cielo, y he estado sufriendo quinientos años. El otro día la diosa Guanyin pasó por aquí y me dijo que si me portaba bien y me convertía en tu discípulo, Buda me liberaría y me permitiría acompañarte como criado en tu peregrinación en busca de las escrituras que están en las Tierras Occidentales.

Tripitaka se sintió aliviado al oír aquello, pues no le gustaba viajar solo, pero dijo:
- Cómo podré liberarte, si no tengo hacha ni sierra?
- No las necesitas para nada. Todo lo que tienes que hacer es romper el hechizo, quitar el sello que está sobre esta grieta y alejarte inmediatamente de todo lo que puedas.

Tripitaka miró el sello escrito en letras de oro, se arrodilló para orar, levantó la mano, y apenas hubo rozado el papel se sintió flotar alejándose.
- Más lejos, más lejos -le gritó Mono.
Y el monje y el cazador que le acompañaba se alejaron aún algunos li. De pronto hubo un enorme estallido, como si toda la tierra hubiera saltado en pedazos, y Mono salió de un brinco, feliz al sentirse en libertad. Se inclinó ante el monje y le prometió hacer lo que quisiera, y juntos prosiguieron el viaje.

Mono sirvió bien a Tripitaka y su garrote le sirvió en muchas ocasiones, y camino adelante llegaron a un río que discurría por una quebrada. De pronto un dragón emergió de las aguas, y Mono apenas tuvo tiempo de liberar a su amo de la montura mientras el caballo se sumergía en las fauces del terrible dragón. Tripitaka se desmayó, pero Mono se acercó a la orilla y gritó:
-¡Tú, especie de gusano de barro, devuélvenos el caballo!
El dragón, que estaba tranquilamente digiriendo el caballo en el fondo del agua, se asomó a la superficie:
-¿Quién se atreve a insultarme? –gruñó. Mono y dragón se pusieron a luchar fieramente, pero el dragón, dándose pronto cuenta de que no podía derrotar a su adversario, volvió a sumergirse en el río. Mono, furioso, fue entonces en busca de la diosa Guanyin en su morada de Putuo, Guanyin sonrió>
- Yo misma he colocado el dragón en vuestro camino para que os sirva de ayuda, pues un caballo chino ordinario no podría llevar a Tripitaka por todos los peligros que le esperan –dijo.
- ¿Y de qué le sirve –gruñó el mono- si mi amo no puede cabalgar un dragón?

Guanyin suspiró y se dirigió con él hasta la quebrada desde donde conminó al dragón, que se presentó manso e, inclinándose, dijo:
- Lo siento mucho, me he comido el caballo. Estaba hambriento y no me dijisteis que erais peregrinos hacia las Tierras Occidentales. Espero servir al monje para expiar mis pecados, pues soy culpable de desobediencia a mi padre y de haber incendiado su palacio.
La diosa dio un paso hacia adelante y retiró una perla que llevaba el dragón en la barbilla, y éste inmediatamente, se transformó en una réplica del caballo blanco que se había comido.


Mono llevó el caballo a Tripitaka, pero todavía estaba enojado por lo sucedido.
- No voy a seguir –dijo-, no voy a continuar. Yo no puedo proteger a mi amo y los más probable es que acabe muerto.
- ¿Qué pasa ahora? –preguntó Guanyin-. Nada te sucederá. Te doy permiso para que me llames siempre que realmente me necesites. ¡Vamos!, te daré otra cosa.
Y arrancando tres hojas de un sauce próximo, las puso en la cabeza del mono, donde inmediatamente se transformaron en pelos.
- Si te ves en un apuro arráncate uno de esos tres pelos y te será de gran ayuda –dijo-.
Mono se sintió satisfecho y en cuanto Tripitaka subió al caballo prosiguieron su camino.

Un atardecer vieron a lo lejos un grupo de casas y esperando encontrar albergue para pasar la noche, se dirigieron hacia ellas. Por el camino encontraron a un hombre que les dijo que el dueño de las casas se llamaba Gao. Gao se hallaba en una situación difícil: buscaba un exorcista para que le liberara de un demonio que se había instalado en sus propiedades. Asegurando al hombre que estaban capacitados para exorcizar cualquier demonio, Mono y Tripitaka fueron a encontrar a Gao y éste les contó la siguiente historia: tenía tres hijas, dos de las cuales estaban casadas; buscando marido para la pequeña, alguien aceptable que fuera capaz de ayudarle en su vejez. habían encontrado a un hombre robusto y muy eficiente en el trabajo. Después de la boda había empezado a cambiar pareciéndose cada vez más a un cerdo y, lo que era peor, comía tanto, que casi les había arruinado y dondequiera que fuera le seguían torbellinos de viento; y había acabado por encerrar a la joven en una choza detrás de las casas y hacía más de seis meses que no la veían.

Mono ofreció sus servicios para liberarles del demonio, y todos juntos se dirigieron a la cabaña, porque sabían que el demonio se hallaba fuera llevando a cabo alguna fechoría. Mono abrió la puerta con un golpe de garrote, y apenas si pudieron distinguir a la muchacha agachada en la oscuridad, desgreñada y sucia. Llorando, la joven corrió a echarse en brazos de sus padres, pero el mono les mandó que se fueran y se sentó en el lugar de la muchacha adoptando su apariencia. Poco después llegó el demonio Puerco acompañado de una ventolera y arrastrando un inmenso rastrillo. Mono recuperó su propia forma y le atacó y aunque puerco utilizaba con habilidad su rastrillo no pudo herir a su contrincante.
- No esperes vencerme –le dijo Mono-. He sido enviado para proteger al santo peregrino que se dirige hacia Occidente en busca de las escrituras.
¿Qué dices? –replicó Puerco tiraba inmediatamente el rastrillo-. ¿Por qué no lo dijiste antes? Desde que la diosa de la misericordia me dijo que pasaría este peregrino, le he estado esperando para tener la ocasión de redimir mis culpas sirviéndole. No he sido siempre tal como me ves: era capitán de la guardia que custodiaba el Foso Celestial hasta que intenté raptar a la ella Chang’o. Entonces el Emperador de Jade me envió a la tierra con este aspecto y aquí debo permanecer hasta expiar mi pecado. Llévame ante el monje e iré con él a las Tierras Occidentales.

Y puerco siguió a Mono hasta hallarse en presencia de Tripitaka, y prometió servirle y ser estricto vegetariano absteniéndose en todas las comidas de carne de animales que anden sobre la tierra, y de aves que vuelen en el cielo, y de peces que naden en el agua, y de las cinco clases de plantas impuras como ajos y cebollas. Por ello Tripitaka le llamó Puerco de las Ocho Abstinencias y se pusieron todos juntos en camino. Puerco se llevó el rastrillo, que les fue útil en muchas aventuras, aunque no siempre pudo contener su glotonería.

Siguieron su camino hasta llegar a un ancho río de arenas movedizas, que Mono, con su aguda vista, consideró tenía unos ochocientos li y le parecía insuperable. EN aquel momento un monstruo espantoso emergió de las arenas. Tenía el cabello rojo, dos ojos como faroles y llevaba al cuello una sarta de nueve calaveras. Mientras Mono ponía a Tripitaka a salvo, Puerco peleó con el monstruo, que, cuando podía, se evadía hacia el interior del agua para volver a aparecer con renovada fuerza. Mono corrió a pedir ayuda a Guanyin, quien le dio una calabaza para que con ella conminara al monstruo y le contara quiénes eran y hacia dónde se dirigían. En cuanto Mono hubo hecho esto el monstruo salió del agua y se inclinó ante el monje y le pidió disculpas.

- He esperado mucho tiempo este momento desde que la diosa de la misericordia me dijo que llegaríais. Yo era criado en el cielo, pero rompí un plato de jade durante uno de los banquetes de los melocotones, así que me enviaron aquí como castigo. Iré con vosotros ahora y de vuestra mano quisiera recibir la ordenación y convertirme en monje.

Así fue como Tripitaka lo tonsuró y le hizo jurar sus votos, dándole luego el nombre de Monje Arenoso. Y a bordo de una balsa, formada por la calabaza de Guanyin, atravesaron el río de las arenas movedizas y continuaron el viaje hacia las Tierras Occidentales.

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