miércoles, 10 de noviembre de 2010

lunes, 26 de julio de 2010

ENTRENAMIENTOS EN EL II SEMESTRE.

UN ABRAZO FRATERNO.
a partir del proximo lunes 2 de agosto iniciamos los entrenamientos en la UN, frente al edificio de Ciencia y Tecnologia.
LUNES, MIERCOLES Y JUEVES de 6:00pm a 8:00pm.
ESTA PROYECTADO ABRIR UN GRUPO EN LA UD, PERO AUN NO SE HA CONFIRMADO EL HORARIO.
EXITOS y hasta protno.
ALLA NOS VEMOS.

domingo, 7 de marzo de 2010

ORIGEN DEL KUNG FU

ORIGEN DEL KUNG FU.

Respecto al origen del Kung fu, palabra que traduce “alto grado de perfección, pericia, habilidad, esplendor en todo cuanto el ser humano realice en la vida”, existe una leyenda china en la que se habla de un monje budista que viajo a China de la India para instruir a uno de los reyes chinos de la antigüedad (Wu de Liang) en las enseñanzas de Buda, el emperador lo despidió por lo duro de su método, posteriormente se dirigió al monasterio Shaolin en la provincia de Honan, “en esos tiempos el viaje a pie desde la ]India a China era tan duro y severo como cualquier cosa que tuviera que ofrecer el mundo”. Es probable que la ruta haya subido por el valle del río Indo a través de los pasos elevados de las montañas de Karakoman y después en torno o a través de la región de apariencia lunar del desierto de Takla Maklan o a través del desfiladero de Khiber, a través de Arayana (hoy Afganistán) y a lo largo del río Amu Daria a través de los grandes pasos de Pamir y por ultimo a través o entorno del desierto.
Ahora se puede comprender la condición física del monje, razón por la cual los primeros practicantes se encontraron en una desventaja al momento de la practica. Muchos de los monjes fallecieron y fueron cayendo uno a uno de puro cansancio físico.
El monje convencido según su filosofía que el cuerpo y la mente son uno solo e inseparable, se preocupo por que sus practicantes estuvieran fuertes y vigorosos como deberían estar sus almas. Es difícil pensar que se puede lograr una ilustración con almas elevadas mientras los cuerpos se desploman, de tal forma que se les inicio a través de una disciplina física y mental, junto con los pensamientos de la doctrina Budista.
Con el transcurso de los años los monjes se hicieron muy fuertes, y cuando llegaron los tiempos de lucha demostraron su fortaleza y conocimientos adquiridos convirtiéndose en los monjes combatientes mas formidables en toda Catay.
Por otra parte la historia también habla de la existencia del doctor Hua T´o (265 – 190 a.c.) que invento una serie de movimientos con el fin de aliviar la salud y la tensión emocional de sus pacientes, puesto que él fue uno de los mas famosos cirujanos de la historia China.
También se le atribuye el descubrimiento de los analgésicos, aun cuando muy poco se sabe realmente a cerca de él, mas sin embargo se asegura que estos movimientos fueron incrementados mediante el estudio y la observación del comportamiento de los animales salvajes y de las aves, sus fines fueron siempre con miras hacia la conservación de la salud, dar tono al cuerpo físico y despertar las facultades mentales de l individuo.
Hua T´o aseguraba que el cuerpo físico debía ejercitarse para expulsar el aire viciado del sistema, mejorando la circulación , la lubricación de las articulaciones y fortalecerse en prevención a supuestas enfermedades. Pero también advertía que el entrenamiento debía ser cuidadoso y metódico evitando llegar a agotamientos que podrían convertirse en nocivos para la salud.
Varios nombres aparecen en los antiguos escritos chinos que dan ciertas afirmaciones a favor de algunos hombres a los cuales se les atribuye el origen de las artes marciales..
Entre ellos podemos encontrar a Yuen Fei, quien fue el autor del libro titulado Patuanchin, compuesto de una serie de doce lecciones sobre ejercicios de tensión, dinastía Sung (960 – 1279 d.c).
Bodhidarma, o Daruma (525 dc) fue el vigésimo octavo patriarca indio que fundo la escuela meditativa de Ch´an en China (Zen en Japonés). A él se le considera el personaje que introdujo las artes marciales hoy prevalecientes en China, aun que sus ejercicios enfatizaban principalmente los diferentes métodos de respiración. Bodhidarma residió en el templo Shaolin y se cuenta que en el principio de la dinastía Ch´ing (1644-1912 d.c.) se produjo un cambio durante la dominación extranjera por parte de los Manchúes que provocaron el surgimiento de gran cantidad de escuelas de artes marciales. Una de las mas famosas estaba situada en el monte Su, Provincia de Honan en el monasterio llamado Shaolin. Los maestros superiores de este monasterio eran ex oficiales de la dinastía Ming, puesto que eran perseguidos por los Manchúes se disfrazaban afeitándose la cabeza, vestían con mantos sacerdotales y aparentemente se convertían en monjes en ese templo budista.
Alguien delato estas actividades y el monasterio fue sitiado por los Manchúes. Aun cuando lucharon con valor, el monasterio fue incendiado. Muy pocos lograron escapar y buscar refugio en China Meridional don de se construyo otro templo en la provincia de Fukien y sus propósitos fueron reclutar miembros para la revolución.
Los Manchúes también incendiaron este templo con la fortuna que la mayoría de los monjes fueron avisados de este atentado, pudiendo escapar a tiempo. Refugiados en las ciudades meridionales, continuaron sus enseñanzas, las cuales luego pasaron a Okinawa cuando en 1840 algunos hombres emigraron a China para aprender lo que entonces era conocido como Ch´uan fa o Kempo Chino, después de aprender las técnicas regresan para evolucionar las practicas hacia estilos propios de Kung fu.
El Kung fu, era practicado por los chinos en países extranjeros muchos años antes de la introducción del Karate a Japón. Aparte de los países asiáticos, Hawai fue uno de los primeros países en occidente en recibir el tutelaje de las artes marciales orientales; sin embargo el Kung fu era guardado celosamente y transmitido entre los chinos de generación en generación, tradición que hoy día no existe con el rigor del pasado.
Posteriormente, en 1848, el Kung fu fue introducido en los Estados Unidos por los inmigrantes que trabajaron en las minas y en los ferrocarriles. A si el milenario arte del Kung fu fue traspasando las fronteras llegando a ser conocido y practicado en los cinco continentes al tiempo que han venido naciendo una gran cantidad de diversos estilos adaptados, simplificados o combinados según las inquietudes y las necesidades del sitio y de quienes lo practican.

miércoles, 10 de febrero de 2010

jueves, 21 de enero de 2010

LEYENDA DEL REY MONO V PARTE.

LA LLEGADA

Siguieron viajando durante catorce años y vivieron ochenta aventuras peligrosas, y al final llegaron a divisar las Tierras Occidentales. Allí todo era distinto de los demás lugares que habían visto: el suelo estaba alfombrado de flores y verde hierba, y la gente que vivía allí obedecía las leyes de Buda. Salió a recibirles un dios que les condujo a la Montaña del Alma, donde vivía el propio Buda, y donde tenía las escrituras.

Veían ya a lo lejos la montaña cuando llegaron a un río tumultuoso cruzado solamente por una estrecha tabla de madera. Mono, sin pensar siquiera en el peligro, anduvo de un lado a otro repetidas veces, pero Tripitaka estaba muy asustado porque n sabía nadar. Entonces llegó una barca conducida por un dios que les daba la bienvenida.
- Vamos, subid a mi barca; aunque en el centro no tiene fondo, no hay peligro, las olas no pueden con ella.

Como Tripitaka vacilara, Mono le dio un empujón que le lanzó directamente al centro sin fondo de la barca. Por suerte el dios lo sacó a flote y, medio muerto, lo sentó a un lado y se puso a remar para alcanzar la otra orilla. Mientras avanzaban, Tripitaka vio aterrado un cadáver flotando en el agua. Mono sonrió y le dijo:
- No te asustes, maestro, es tu cuerpo que está en el río.
Puerco y Arenoso batieron palmas diciendo:
- ¡Ese eras tú!
Y el dios añadió:
- Ese eras tú. ¡Enhorabuena!
Entonces Tripitaka se dio cuenta de que había dejado su cuerpo terreno y que el viaje estaba a punto de terminar.

Pronto llegaron a la Montaña del Alma, donde les condujeron ante Buda. Una vez ante él, se postraron, y recibieron la bendición, después de lo cual, Buda los envió con dos de sus acólitos al almacén en busca de las escrituras. Allí, sin embargo, los acólitos les preguntaron qué habían llevado para pagar las escrituras. Ellos, por supuesto, no tenían nada y Mono se indignó sospechando que les pedían una buena propina. De todos modos les dieron las escrituras, llamadas sutras, y ellos emprendieron le largo viaje de regreso al este.

No habían caminado un gran trecho cuando se levantó un fuerte viento que arrancó los rollos de sus manos y los esparció por el suelo. Rápidamente se pusieron a recogerlos y Mono se dio cuenta de que no había nada escrito.

Esto no puede ser, maestro –dijo-; tenemos que regresar a ver a Buda y que nos solucione el problema.

De modo que desanduvieron el camino recorrido, para diversión de los porteros. Mono se dirigió a Buda, indignado, pero éste sonrió y le dijo:
- Las escrituras no se pueden dar si no es a cambio de algo. Tenéis que estar dispuestos a pagar por una cosa de tal valor que salvará vuestra alma, e impedirá que vuestros descendientes sean más pobres que vosotros espiritualmente. Como no tenéis dinero, os dieron rollos blancos, los sutra sin palabras. Aunque no lo sabéis, los sutra sin palabras tienen tanto valor como los que están escritos. Sin embargo, imagino que vosotros, ente del este, no tenéis cabeza suficiente para comprenderlo. Afortunadamente no se os permitió ir muy lejos con algo que no podéis utilizar, y ahora se os dará lo que necesitáis.

Esta vez Tripitaka ofreció su cuenco de mendigo y fue aceptado. Mono repasó todos los sutras para comprobar que eran los que realmente querían y se dispusieron a partir de nuevo. Entonces la diosa de la misericordia intercedió por ellos y así, en vez de recorrer todo el camino por tierra, regresaron cómodamente en una nube engendrada por uno de los guardias de oro de los dioses.

Mientras tanto, Buda repasaba toda la peregrinación de Tripitaka y los ochenta peligros que habían afrontado y dijo:
- Nuestro número sagrado es nueve veces nueve, es decir ochenta y uno; deben vivir aún otra aventura para alcanzar el número.
Y envió un mensaje al guarda de oro, que inmediatamente los dejó caer de la nube.
Tripitaka y los suyos se encontraron de pronto en la tierra, en un lugar que Mono reconoció inmediatamente.
- Es el río que atravesamos a lomos de la tortuga blanca, y aquí está ella –dijo.
La tortuga, en efecto, asomaba entre las aguas y les ofrecía llevarlos de nuevo al otro lado del río como hiciera cuando pasaron en su camino de ida.
- Ve con cuidado, tortuga, llevas una preciosa carga –le dijo Mono.
- ¿Le preguntaste a Buda cuántos años me quedan por vivir bajo esta forma?

Tripitaka, con todo el jaleo, se había olvidado completamente de aquel encargo que ella le hiciera y la tortuga, enfadada, los dejó caer al agua. Por suerte Tripitaka había perdido su cuerpo terreno y pudo nadar y todos llegaron a la orilla sin perder los sutras. Con la ayuda de la gente del pueblo pusieron entonces a secar las escrituras, y al día siguiente, cuando se disponían a seguir camino de China andando, una nube los barrió y se los llevó a toda velocidad surcando los aires.

Durante todo este tiempo, en los templos de Chang’an, los sacerdotes oraban diariamente por su feliz regreso. Un día se dieron cuenta de que aunque no había viento, las ramas de los árboles apuntaban todas hacia el oeste. Un monje anciano leyó aquel signo y preparó la bienvenida para los peregrinos. Los recibieron con una gran ceremonia a la que asistió el emperador para darles personalmente las gracias.

Cuando los sutras quedaron depositados solemnemente en un santuario adecuado, el guarda de oro se llevó de nuevo a los peregrinos a la Montaña del Alma y los dejó en presencia de Buda.
- Vuestra peregrinación ha terminado –dijo éste-. Tu misión está cumplida y tus discípulos han expiado los pecados que cometieron. Tú, Tripitaka, te quedarás aquí, a mi lado, convertido en dios. Aunque no lo sabes, una vez fuiste mi discípulo, pero eras orgulloso y no querías atender a razones. Para castigarte te envié a hacer esta peregrinación. Ahora puedes volver al lugar que te pertenece. Tú, Sun, el Iluminado, recibe también mi perdón. Por tus buenos actos y la fidelidad a tu maestro, te convierto en dios con el nombre de Victorioso en Batalla. En cuanto a ti, Puerco de las Ocho Abstinencias, te convierto en acólito, Limpiador Jefe del Altar. Puerco protestó, pues creía merecer algo mejor>
- A todos los conviertes en dioses, ¿por qué no a mi?
Buda le hizo observar entonces que su apariencia era aún muy sórdida y que comía demasiado. De todos modos, le dijo, podría comer las ofrendas de todos los altares dedicados a él.
- Arenoso –añadió-, a ti te elevo a la categoría de Arhat, compañero de Buda. Y tú, Caballo, puedes regresar con tu padre al océano Occidental: ya te he perdonado tu desobediencia.

Al punto, el caballo recuperó su forma de dragón y se fue nadando. Los demás ocuparon sus puestos como dioses, arhats y acólitos, mientras en el cielo no dejaba de oírse la melodía de la recitación de los sutras.

LEYENDA DEL REY MONO IV PARTE

LOS TRES DEMONIOS

Los peregrinos encontraron peligros a lo largo de todo el trayecto, pero aunque pasaron penalidades y tuvieron que luchar duramente, los dioses velaban por ellos impidiendo que nada serio les sucediera. En una ocasión atravesaban un espeso bosque en medio de unas montañas cuando divisaron a un anciano. Su cabello cano y su barba blanca flotaban en torno a su rostro, y se apoyaba en un bastón y sostenía en la mano un cordón con cuentas para rezar.
- Tened cuidado –les gritó-, fijaos en cada paso, pues en este bosque vive una banda de demonios que se alimentan de carne humana. Y el anciano desapareció.

Tripitaka, muy alarmado, descendió inmediatamente de su caballo, pero Mono se internó entre las nubes en busca del anciano que, de hecho, no era otro que la deidad de la Estrella de Oro. Sorprendida de que Mono la reconociera, le dijo, sin embargo, que había tres monstruos en el bosque dispuestos a atacarles, pero que de hallarse en verdaderas dificultades el mismo Buda enviaría a su ejército.

Mono regresó junto a su amo y sintiéndose seguro, se puso a la cabeza de la expedición para explorar. No pasó mucho rato antes de que se encontrara con un demonio centinela que inmediatamente dio la señal de alarma a los demás de su especie, notificándoles que unos extranjeros pasaban por el bosque.

Tened mucho cuidado con este extranjero, pues puede adoptar cualquier forma –decía-, incluso la de una mosca.

Y era cierto, pues de hecho Mono se había transformado en un tábano y zumbaba a su alrededor. Viéndose descubierto, adoptó la forma de demonio centinela y de este modo descubrió que su amo, Tripitaka, era el gran objetivo de los demonios.

- El gran demonio Roc –dijo el centinela creyendo que hallaba con un compañero- se ha reunido con mis otros dos jefes y les ha dicho que tenían que hacerse con el monje que venía de China, no sólo porque su carne es muy sabrosa, sino porque es tan santo que un sólo bocado dará la inmortalidad al que lo coma. ¿Pero quién eres? Nunca te he visto antes.

Mono intentó convencerlo de que era sólo un centinela de otra región, pero el demonio estaba receloso y él se enfadó hasta tal punto que lo mató de un puñetazo. Entonces tomando la forma exacta del centinela muerto siguió el camino hasta que se encontró frente a una inmensa gruta guardada por demonios inferiores. Sin dificultad pasó entre ellos y caminó hasta un corredor lleno de huesos humanos y finalmente llegó a donde se encontraban los monstruos demoníacos. Por desgracia no pudo engañarles a pesar de su aspecto y éstos lo cogieron inmediatamente y lo metieron dentro de una botella mágica.

Estas botellas las utilizaban para destruir a sus enemigos más odiados, porque una vez habían metido a un ser en su interior, éste ya no podía escapar, pues las botellas eran elásticas y se adaptaban a cualquier forma sin llegar a romperse. En cuanto Mono estuvo atrapado en su interior la magia empezó a funcionar y se vio pronto cercado por un fuego extraordinario y luego por centenares de serpientes venenosas, hasta que finalmente tres dragones aparecieron para fundirlo con su fuego mágico.

Mono, que había sobrevivido al crisol de Laozi, no tenía ningún miedo al fuego, y en cuanto a las serpientes hacía un nudo con ellas de modo que resultaban inofensivas. Con los dragones, sin embargo, no pudo. Sintió que su cuerpo empezaba a ceder al calor y ya empezaba a desesperar cuando recordó los tres pelos mágicos que le diera la diosa Guanyin al iniciar el peregrinaje. Con un último esfuerzo alcanzó uno de ellos y se lo arrancó y éste se transformó inmediatamente en una lechuza mágica. Gracias a ella pudo escapar de la botella y salir al aire fresco.

Pero aunque ya no estaba en la botella seguía en el bosque de los demonios y al poco tiempo lo atraparon de nuevo. Esta vez uno de los monstruos se lo tragó. En el estómago de su enemigo, Mono se hallaba bastante a salvo, así que empezó a crearle problemas: le retorcía los intestinos, le hacía nudos, le daba puñetazos, de modo que el monstruo se echó al suelo y se retorcía de dolor gritando:
- Si sales te daré todo lo que quieras.
Pero los demás monstruos decían:
- Arráncale la cabeza de un mordisco, si sale.

Afortunadamente Mono oyó estas palabras en lugar de salir colocó su garrote en las fauces del demonio, quien al morderlo con furia se rompió casi todos los dientes, mientras él se retorcía en su interior. Sólo cuando los monstruos prometieron ponerle a salvo junto a sus compañeros, al toro lado del bosque, Mono salió. Pero los demonios no estaban dispuestos a cumplir su palabra y en pocos minutos se lanzaron sobre Tripitaka, lo ataron a él y a los demás peregrinos y se los llevaron. Mono logró escapar agitando su garrote y siguiéndoles a una distancia prudencial, vio como colocaban a Tripitaka en la olla. Un grupo de demonios inferiores azuzaba el fuego debajo de aquélla, mientras los tres monstruos se retiraban a esperar el banquete. Mono saltó por encima del fuego, lanzó un hechizo a los diablejos y rescató a su amo, pero antes de que pudieran huir los monstruos sospecharon que algo sucedía y se lanzaron sobre ellos capturando a Tripitaka una vez más.

Esta vez Mono se hallaba realmente en situación desesperada y recordando lo que la deidad de la Estrella de Oro le había dicho, se elevó entre las nubes y se dirigió a Buda para pedirle auxilio. Buda le escuchó con paciencia y luego dijo:
- Si, tal vez va siendo hora de meter en cintura a estos monstruos demoníacos. Uno de ellos es el espíritu de un león negro, el otro pertenece al de un elefante blanco, y el más viejo y poderoso es el espíritu de Roc. Este existe desde la creación del mundo. No te preocupes, Mono, enviaré a dos dioses para que luchen con ellos.

Mono se puso a la cabeza y seguido por los dos dioses se dirigió volando por los aires hasta la gruta de los monstruos. Una vez allí golpeó la puerta y les retó a que salieran a luchar con él. Ellos salieron bien pertrechados con sus armas, pero una sola palabra de los dioses fue suficiente para que se quedaran paralizados. Los arrestaron y los condujeron a donde les esperaba el merecido castigo.

Mono encontró a sus amigos en el fondo de la gruta, atados como pollos dispuestos a ser asados, los liberó y todos juntos siguieron su viaje hacia el oeste.

LEYENDA DEL REY MONO III PARTE.

TRIPITAKA

Un día, muchos años después de haber encerrado a Mono en la montaña de los cinco elementos, Buda se hallaba en consejo explicando las escrituras a los inmortales.

- Entre la gente de los cuatro ángulos de la tierra hay hombres buenos y hombres malos –suspiró-. Y yo tengo tres volúmenes de escrituras que serían de una gran ayuda para convertir a la gente mala, pero los libros se encuentran en las Tierras Occidentales, y tengo que encontrar a alguien que esté dispuesto a ir a buscarlos, para que los habitantes de China puedan aprender los caminos de la rectitud. Así que hay que encontrar a quien quiera emprender esta peregrinación.
- Yo iré a buscar ese peregrino –dijo la diosa de la misericordia, Guanyin, que siempre estaba consciente de las necesidades del género humano.

Buda se alegró mucho y pidió a la diosa que ayudara en todo lo posible a los peregrinos y que les protegiera de bandidos y demonios que suelen abundar por los caminos que unen la China con las Tierras Occidentales.

Guanyin partió para China con uno de sus asistentes. A veces era visible, otras no, a veces era ella misma, otras iba disfrazada de monje. Finalmente llegaron a Chang’an, la capital de China.

En aquel tiempo era emperador de China el gran Taizong, de la dinastía Tang. La tierra estaba en paz y Chang’an era un floreciente centro de comercio y ciencia. Los hombres de talento de la ciudad iban a gobernar las provincias. Hacía algo así como unos veinte años, uno de estos hombres, que se llamaba Chen, había sido enviado a gobernar un distrito del sur, para lo que se había puesto en camino con su esposa. Durante el trayecto, unos bandidos les habían asaltado, matándole a él y llevándose a su esposa que estaba encinta. La pobre mujer hubiera preferido morir que vivir con los ladrones, pero dado que esperaba un hijo se armó de valor esperando aquel acontecimiento. Cuando nació el pequeño, consciente de que el ambiente que la rodeaba no era el que quería para su hijo, lo ató a una gruesa tabla y lo dejó en el río, con la esperanza de que la corriente lo llevaría a buen lugar. La tabla fue a detenerse cerca de un monasterio, donde un abad, al oír llorar a un niño, acudió a ver qué sucedía. Tomó al niño en sus brazos y lo educó para monje, dándole el nombre de Shuanzhuang. Años más tarde, Shuanzhuang, gracias a la ropa con la que le habían encontrado, halló a su madre y supo del destino de su padre, haciéndoselo saber al emperador, quien mandó ejecutar a los asesinos. Shuanzhuang se convirtió en un monje famoso, reverenciado por su carácter y su sabiduría.

Mientras tanto, la diosa Guanyin había comparecido ante el emperador en Chang’an y le había dado instrucciones para que encontrara un monje dispuesto a viajar a las Tierras Occidentales para recoger las escrituras. Shuanzhuang se había presentado voluntario, y el emperador lo había aceptado con mucho gozo, honrándole con el nombre de Tripitaka, que era el de las escrituras que estaba encargado de recoger. Le dio los papeles firmados y sellados por su propia mano para el viaje, y le proporcionó dos sirvientes, dinero y caballo, y Tripitaka se puso en camino.

Apenas hubo dejado los límites de China, toda suerte de espíritus diabólicos y animales salvajes atacaron a la expedición. Los dos sirvientes fueron asesinados, pero el monje, gracias a la ayuda de la deidad de la Estrella de Oro, logró salir con vida y huir a toda carrera, encontrándose con un cazador que le ofreció su techo para pasar la noche. A la mañana siguiente, cuando Tripitaka se despedía con pesar del amable cazador, se oyó una voz como un trueno que retumbaba por todas las montañas y decía:
- ¡Mi amo ha llegado, mi amo ha llegado!
Ambos se quedaron inmóviles escuchando y de pronto el cazador recordó:
- Es el viejo mono que está prisionero en la montaña. Ha pasado allí cientos de años. Nunca le he oído armar tanto ruido. Vayamos a ver qué le pasa.

En el valle, por una grieta entre las rocas, vieron el rostro de Mono que les miraba y extendía uno de sus brazos hacia ellos.
- Maestro, maestro –dijo-, por fin has llegado. Me encerraron aquí por armar alboroto en el cielo, y he estado sufriendo quinientos años. El otro día la diosa Guanyin pasó por aquí y me dijo que si me portaba bien y me convertía en tu discípulo, Buda me liberaría y me permitiría acompañarte como criado en tu peregrinación en busca de las escrituras que están en las Tierras Occidentales.

Tripitaka se sintió aliviado al oír aquello, pues no le gustaba viajar solo, pero dijo:
- Cómo podré liberarte, si no tengo hacha ni sierra?
- No las necesitas para nada. Todo lo que tienes que hacer es romper el hechizo, quitar el sello que está sobre esta grieta y alejarte inmediatamente de todo lo que puedas.

Tripitaka miró el sello escrito en letras de oro, se arrodilló para orar, levantó la mano, y apenas hubo rozado el papel se sintió flotar alejándose.
- Más lejos, más lejos -le gritó Mono.
Y el monje y el cazador que le acompañaba se alejaron aún algunos li. De pronto hubo un enorme estallido, como si toda la tierra hubiera saltado en pedazos, y Mono salió de un brinco, feliz al sentirse en libertad. Se inclinó ante el monje y le prometió hacer lo que quisiera, y juntos prosiguieron el viaje.

Mono sirvió bien a Tripitaka y su garrote le sirvió en muchas ocasiones, y camino adelante llegaron a un río que discurría por una quebrada. De pronto un dragón emergió de las aguas, y Mono apenas tuvo tiempo de liberar a su amo de la montura mientras el caballo se sumergía en las fauces del terrible dragón. Tripitaka se desmayó, pero Mono se acercó a la orilla y gritó:
-¡Tú, especie de gusano de barro, devuélvenos el caballo!
El dragón, que estaba tranquilamente digiriendo el caballo en el fondo del agua, se asomó a la superficie:
-¿Quién se atreve a insultarme? –gruñó. Mono y dragón se pusieron a luchar fieramente, pero el dragón, dándose pronto cuenta de que no podía derrotar a su adversario, volvió a sumergirse en el río. Mono, furioso, fue entonces en busca de la diosa Guanyin en su morada de Putuo, Guanyin sonrió>
- Yo misma he colocado el dragón en vuestro camino para que os sirva de ayuda, pues un caballo chino ordinario no podría llevar a Tripitaka por todos los peligros que le esperan –dijo.
- ¿Y de qué le sirve –gruñó el mono- si mi amo no puede cabalgar un dragón?

Guanyin suspiró y se dirigió con él hasta la quebrada desde donde conminó al dragón, que se presentó manso e, inclinándose, dijo:
- Lo siento mucho, me he comido el caballo. Estaba hambriento y no me dijisteis que erais peregrinos hacia las Tierras Occidentales. Espero servir al monje para expiar mis pecados, pues soy culpable de desobediencia a mi padre y de haber incendiado su palacio.
La diosa dio un paso hacia adelante y retiró una perla que llevaba el dragón en la barbilla, y éste inmediatamente, se transformó en una réplica del caballo blanco que se había comido.


Mono llevó el caballo a Tripitaka, pero todavía estaba enojado por lo sucedido.
- No voy a seguir –dijo-, no voy a continuar. Yo no puedo proteger a mi amo y los más probable es que acabe muerto.
- ¿Qué pasa ahora? –preguntó Guanyin-. Nada te sucederá. Te doy permiso para que me llames siempre que realmente me necesites. ¡Vamos!, te daré otra cosa.
Y arrancando tres hojas de un sauce próximo, las puso en la cabeza del mono, donde inmediatamente se transformaron en pelos.
- Si te ves en un apuro arráncate uno de esos tres pelos y te será de gran ayuda –dijo-.
Mono se sintió satisfecho y en cuanto Tripitaka subió al caballo prosiguieron su camino.

Un atardecer vieron a lo lejos un grupo de casas y esperando encontrar albergue para pasar la noche, se dirigieron hacia ellas. Por el camino encontraron a un hombre que les dijo que el dueño de las casas se llamaba Gao. Gao se hallaba en una situación difícil: buscaba un exorcista para que le liberara de un demonio que se había instalado en sus propiedades. Asegurando al hombre que estaban capacitados para exorcizar cualquier demonio, Mono y Tripitaka fueron a encontrar a Gao y éste les contó la siguiente historia: tenía tres hijas, dos de las cuales estaban casadas; buscando marido para la pequeña, alguien aceptable que fuera capaz de ayudarle en su vejez. habían encontrado a un hombre robusto y muy eficiente en el trabajo. Después de la boda había empezado a cambiar pareciéndose cada vez más a un cerdo y, lo que era peor, comía tanto, que casi les había arruinado y dondequiera que fuera le seguían torbellinos de viento; y había acabado por encerrar a la joven en una choza detrás de las casas y hacía más de seis meses que no la veían.

Mono ofreció sus servicios para liberarles del demonio, y todos juntos se dirigieron a la cabaña, porque sabían que el demonio se hallaba fuera llevando a cabo alguna fechoría. Mono abrió la puerta con un golpe de garrote, y apenas si pudieron distinguir a la muchacha agachada en la oscuridad, desgreñada y sucia. Llorando, la joven corrió a echarse en brazos de sus padres, pero el mono les mandó que se fueran y se sentó en el lugar de la muchacha adoptando su apariencia. Poco después llegó el demonio Puerco acompañado de una ventolera y arrastrando un inmenso rastrillo. Mono recuperó su propia forma y le atacó y aunque puerco utilizaba con habilidad su rastrillo no pudo herir a su contrincante.
- No esperes vencerme –le dijo Mono-. He sido enviado para proteger al santo peregrino que se dirige hacia Occidente en busca de las escrituras.
¿Qué dices? –replicó Puerco tiraba inmediatamente el rastrillo-. ¿Por qué no lo dijiste antes? Desde que la diosa de la misericordia me dijo que pasaría este peregrino, le he estado esperando para tener la ocasión de redimir mis culpas sirviéndole. No he sido siempre tal como me ves: era capitán de la guardia que custodiaba el Foso Celestial hasta que intenté raptar a la ella Chang’o. Entonces el Emperador de Jade me envió a la tierra con este aspecto y aquí debo permanecer hasta expiar mi pecado. Llévame ante el monje e iré con él a las Tierras Occidentales.

Y puerco siguió a Mono hasta hallarse en presencia de Tripitaka, y prometió servirle y ser estricto vegetariano absteniéndose en todas las comidas de carne de animales que anden sobre la tierra, y de aves que vuelen en el cielo, y de peces que naden en el agua, y de las cinco clases de plantas impuras como ajos y cebollas. Por ello Tripitaka le llamó Puerco de las Ocho Abstinencias y se pusieron todos juntos en camino. Puerco se llevó el rastrillo, que les fue útil en muchas aventuras, aunque no siempre pudo contener su glotonería.

Siguieron su camino hasta llegar a un ancho río de arenas movedizas, que Mono, con su aguda vista, consideró tenía unos ochocientos li y le parecía insuperable. EN aquel momento un monstruo espantoso emergió de las arenas. Tenía el cabello rojo, dos ojos como faroles y llevaba al cuello una sarta de nueve calaveras. Mientras Mono ponía a Tripitaka a salvo, Puerco peleó con el monstruo, que, cuando podía, se evadía hacia el interior del agua para volver a aparecer con renovada fuerza. Mono corrió a pedir ayuda a Guanyin, quien le dio una calabaza para que con ella conminara al monstruo y le contara quiénes eran y hacia dónde se dirigían. En cuanto Mono hubo hecho esto el monstruo salió del agua y se inclinó ante el monje y le pidió disculpas.

- He esperado mucho tiempo este momento desde que la diosa de la misericordia me dijo que llegaríais. Yo era criado en el cielo, pero rompí un plato de jade durante uno de los banquetes de los melocotones, así que me enviaron aquí como castigo. Iré con vosotros ahora y de vuestra mano quisiera recibir la ordenación y convertirme en monje.

Así fue como Tripitaka lo tonsuró y le hizo jurar sus votos, dándole luego el nombre de Monje Arenoso. Y a bordo de una balsa, formada por la calabaza de Guanyin, atravesaron el río de las arenas movedizas y continuaron el viaje hacia las Tierras Occidentales.

LEYENDA DEL REY MONO II PARTE.

CONFUSION EN EL CIELO

Mono pasó veinte años con el maestro Subodhi aprendiendo el Camino de la vida eterna. El maestro le enseñó además muchas otras cosas, trucos como, por ejemplo, el “trapecio de nubes”, que consistía en dar grandes saltos en el aire de modo que podía recorrer miles de li en un instante, y la capacidad de adoptar formas diversas.

Cuando regresó a la Montaña de las Flores y los Frutos descubrió que un monstruo diabólico había tomado posesión de la Gruta de la Cortina, que se hallaba detrás de la cascada, donde solían vivir los simios, y lo primero que tuvo que hacer fue luchar con él y derrotarlo para que los monos pudieran volver a vivir allí felices. Después de la lucha se dio cuenta de que necesitaba un arma y con este motivo visitó al rey dragón del mar Oriental, llevándose, contra su voluntad, un mágico pilar de hierro que había servido de poste para sostener el dique de Yü, el que controla las inundaciones. Este pilar tenía la virtud de cambiar de tamaño según la voluntad de su dueño, de modo que podía ser como una maza para pelear cuerpo a cuerpo o como una aguja de bordar que Mono llevaba detrás de la oreja.

Mono regresó a su montaña con el pilar. Un día, mientras estaba comiendo y bebiendo con su tribu, vio llegar a dos hombres de rostro tétrico con cuna orden que llevaba su nombre. Llegaban para echarle una cuerda alrededor del cuello y llevarse su alma a los infiernos. En vano protestó Mono diciendo que él había aprendido el Camino de la vida eterna; aquellos hombres no hicieron más que apretar más fuertemente la cuerda. Mono se retorció y retorció hasta lograr liberarse y entonces, echando mano del pilar del tamaño de una aguja que llevaba detrás de la oreja, sopló sobre él hasta que éste alcanzó el tamaño de un garrote y empezó a dar golpes hasta que los dos hombres estuvieron en el suelo fuera de combate. Después, haciendo girar la maza, se dirigió hacia los infiernos. Los guardas huyeron asustados, y los demás encargados se escondieron, mientras diez jueces de la corte de los infiernos, que habían salido al oír el alboroto, intentaban aplacar a Mono.
- Traedme el registro de los muertos –gruñó- o probaréis mi porra.
Rápidamente le llevaron el registro, que contenía muchos nombres de simios y vio el suyo: “Alma número 1735, Sun el Iluminado: 342 años, muerte pacífica.”
- No me importan los años. Yo no estoy en este registro –gritó. Y tomando un pincel de escribir borró de una pincelada su nombre, ala vez que tachaba los de todos los demás monos. Ahora ya no tendréis poder sobre mi –dijo.
Al regresar a casa tropezó con un montículo de hierba y se despertó de un sobresalto.
- Nuestro rey se ha echado un buen sueño –decían los otros monos.
Pero él sabía que no se trataba de un sueño y estaba contento de haber borrado su nombre y el de los monos de su tribu del registro de los muertos, y que el rey Yama no tuviera ya poder sobre ellos.

Mientras tanto, en el cielo, el dios taoísta más poderoso, el Emperador de Jade, recibía protestas de todas partes respecto a la conducta de Mono. El rey dragón del mar Oriental decía que él se había llevado el pilar de hierro de Yü; el rey de los infiernos se quejaba de que había interferido en su jurisdicción . El Emperador de Jade suspiró y preguntó cuál de los dioses estaba dispuesto a vérselas con el molesto mono. El dios de la Estrella de Oro (es decir del planeta Venus) se prestó a llevar a Mono al cielo y ofrecerle un puestecillo en la administración para poder tenerlo siempre bajo control.

Mono estuvo encantado de lo que pensó era un alto cargo celestial, pues lo nombraron mariscal de los Caballos Celestes. Aquel trabajo era muy adecuado para él, pues los escuderos se ocupaban de los caballos y él podía pasar el tiempo comiendo y bebiendo. Pasadas dos semanas, sus colegas le ofrecieron un banquete, y mientras se hallaban sentados a la mesa, Mono preguntó, como quien no quiere la cosa, cuál sería su salario y cuál era exactamente el grado de su puesto.
- ¡Oh, no te van a pagar nada! –le dijeron-. Tu cargo no es tan alto como para pertenecer a ningún grado.

Mono se puso furioso: había creído que estaba a la altura de cualquier divinidad y sintió que le habían tomado el pelo ofreciéndole aquel puesto tan bajo. De una patada hizo volar la mesa y bramando de cólera regresó a su casa.

El Emperador de Jade, indignado por la conducta de Mono, envió unos guardias a la Gruta de la Cortina para que lo cogieran prisionero. Pero él los derrotó a todos, incluso al dios Nocha, con sus brazos giratorios con aspas, que huyó con la espalda quebrada. El Emperador de Jade se sintió perdido hasta que de nuevo el dios de la Estrella de Oro sugirió una solución: había de atraer a Mono hacia los cielos, esta vez con un título importante como “Gran Sabio, igual al Cielo” (sin responsabilidad alguna) y con promesas de una vida llena de placeres.

Por su puesto, Mono se dejó convencer y regresó al cielo triunfante. Esta vez todavía lo pasó mejor sin hacer nada más que comer, beber, dormir y andar de parranda con sus amigos. El Emperador de Jade, sin embargo, pronto estuvo harto de tanta ociosidad y futileza y le asignó el cargo de guardián de los Melocotones Inmortales. Era este el huerto donde crecían los melocotoneros que daban fruto una vez cada seis mil años, y que conferían la inmortalidad a aquel que los comiese.

Mono estuvo encantado de tener semejante tarea y la llevó a cabo muy seriamente. Sucedió, sin embargo, que los melocotones empezaban a madurar y, aunque él sabía muy bien que no le estaba permitido probarlos, ansiaba ardientemente probar aquella hermosa fruta. Al final, echó a los jardineros del huerto, se quitó la ropa y trepó a uno de los árboles. Escondido entre las hojas comió algunos melocotones y los encontró tan deliciosos que siguió haciéndolo una y otra vez.

Mientras tanto, la reina madre del Oeste preparaba la fiesta de los melocotones para que los dioses pudieran renovar su inmortalidad, y envió a sus doncellas al huerto en busca de los frutos. Cuando las muchachas llegaron se quedaron asombradas al encontrar muy pocos melocotones maduros. Una de ellas, al final, encontró uno de color perfecto y tiró de la rama del árbol para arrancarlo, sin darse cuenta de que Mono estaba allí durmiendo. El movimiento de la rama los despertó y se indignó enormemente de que le pescaran echando un sueñecito. Las muchachas le suplicaron de rodillas que las perdonara, ya que solamente estaban preparando el banquete de la reina madre del Oeste.
- Un banquete –dijo él-, ¿y se puede saber si he sido invitado?
Cuando las muchachas le dijeron que su nombre no estaba en la lista, se encolerizó de nuevo, pronunció un hechizo de modo que ellas quedaran inmóviles durante unas horas, y fue a ver cómo estaban las cosas.

Por todas partes se hacían preparativos para la fiesta. Se hacía vino de jugo de jade y jaspe y olía tan bien que Mono, con unas palabras mágicas, hizo que los guardas se quedaran dormidos y se bebió gran parte de las existencias, comiendo, además, muchos platos que estaban ya preparados. Medio borracho siguió su camino, encontrándose de pronto en el palacio de Laozi, el santo taoísta que escribió el Tao Te Ching. Laozi estaba en su laboratorio preparando con sus sirvientes el filtro de la inmortalidad, que era su contribución al banquete. Parte del filtro ya estaba terminado y se hallaba dentro de cinco calabazas que estaban en el suelo. Cuando el laboratorio se quedó vacío, Mono entró, y sin poder resistir la curiosidad, dio vuelta a las calabazas, las vació y probó el filtro.

Al poco rato los efectos del vino de jade y jaspe desaparecieron y Mono se dio cuenta de que se había portado muy mal, así que puso pies en polvorosa y se precipitó a regresar a la Gruta de la Cortina. Los ejércitos del cielo se lanzaron en su persecución y tuvo lugar una gran batalla, a pesar de lo cual nadie logró derrotar a Mono. Una de las deidades que visitó al Emperador de Jade para interesarse por el futuro banquete fue Bodhissatva Guanyin, la diosa de la misericordia. El Emperador de Jade le contó el desastre que el mono había causado, y ella le sugirió que enviara llamar a su sobrino Erlang, único dios suficientemente fuerte como para vencer a Mono. Y así fue: después de una larga lucha, Erlang se hizo con el animal, lo ató de pies y manos y se lo llevó al cielo.

Laozi propuso que lo mataran quemándolo con el crisol donde él preparaba los filtros. Los dioses lo encerraron allí, pero tras haber comido tantos melocotones y bebido los preparados del santo taoísta, Mono estaba más firme que nunca en el camino de la inmortalidad. De modo que, cuando los dioses abrieron la puerta para constatar su muerte, él, que apenas se había chamuscado algo de pelo y que por el contrario había redoblado sus fuerzas, saltó sobre ellos, garrote en la mano, y prosiguió la lucha con más fiereza que antes.

Entonces, el mismo Buda acudió a ver cuál era el motivo de aquella conmoción y se rió de las bufonadas de Mono, y tomándolo en la inmensa palma de su mano, le dijo:
- Si puedes saltar fuera de la palma de mi mano, gobernarás todo el universo. Si no lo logras, regresarás a la tierra donde pagarás por todo lo que has hecho, antes de poder alcanzar la inmortalidad.

Mono pensó que era muy fácil saltar fuera de la mano de Buda, ya que le parecía que no medía más de un zhang, y él era capaz de pegar un brinco de más de diecisiete mil li. Así que después de dar unas vueltas para reunir energía dio un salto y se encontró delante de cinco pilares. Para probar que había estado allí se arrancó un pelo, lo convirtió en un pincel y escribió su nombre en uno de los pilares: “Gran sabio, igual al Cielo, estuvo aquí.” Luego orinó debajo del pilar y regresó muy satisfecho.
- He estado en el fin del mundo –dijo a Buda envaneciéndose de su proeza.
- ¡Qué tontería! –le dijo Buda-, no te has movido de la palma de mi mano. Si quieres mira tu escritura en mi dedo.

Mono miró, vio su caligrafía y comprendió que los cinco pilares rojos no eran otra cosa que los dedos de Buda. Dándose cuenta de que nunca podría vencerle, intentó huir, pero la mano de Buda se cerró sobre él. Los cinco dedos se convirtieron en los cinco elementos(tierra, aire, fuego, agua y madera), creándose una montaña en cuyo seno Mono quedó perfectamente aprisionado. Buda, además, puso un sello con palabras mágicas sobre la grieta por donde el prisionero intentaba sacar la cabeza, y las palabras decían: “Quédate aquí hasta que hayas expiado tus pecados. Cuando esto haya sucedido, alguien vendrá a rescatarte.” Y Mono se tuvo que quedar allí.

LEYENDA DEL REY MONO I PARTE.

EL ESPIRITU DEL MONO

Hubo una vez una montaña que se llamaba la Montaña de las Flores y los Frutos y se elevaba en medio de los mares. En la cumbre de la montaña había una extraña piedra de dimensiones gigantescas, y dotada de poderes especiales, porque cuando Pangu creó el universo se encontraba allí y absorbió las esencias del sol, de la luna, del cielo y de la tierra. Un día , de pronto, la piedra estalló y dio a luz a un huevo también de piedra, que, nutrido por los elementos, poco a poco se transformó en un mono. Este mono, aunque tenía dimensiones normales, no era en absoluto un animal corriente.

Mono exploró los alrededores, saltando y trepando como cualquier mono, comiendo frutas silvestres y bebiendo en las fuentes. Sus compañeros eran los animales de la montaña y los bosques, y sobre todo le gustaba unirse a una tribu de monos, ir donde ellos iban y hacer lo que hacían. Finalmente se convirtió en su guía y los llevó a un refugio detrás de una cascada situada en lo alto de la Montaña de las Flores y los Frutos, y, con el consentimiento de todos, se convirtió en su rey.

Después de haber reinado sobre los monos durante trescientos años empezó a preocuparse por el futuro. Sus súbditos se reían y le preguntaban:
- ¿Qué mejor vida podemos desear que la que tenemos? No nos falta comida, ni bebida ni albergue.
- Hagamos lo que hagamos –contestó-, siempre tendremos que temer a la muerte, pues un día el señor Yama de los infiernos nos reclamará y no tendremos otra alternativa que acudir.
- Oh, rey –dijo un mono-. ¿No has oído hablar nunca de Buda y de los dioses inmortales que nunca mueren?
Mono se alegró mucho al oír estas palabras y dijo:
- Los buscaré para ver si puedo aprender de ellos el camino de la inmortalidad.

Al día siguiente, Mono descendió la montaña y cruzó el mar en una balsa dirigiéndose al mundo de los hombres. Tras pasar un largo período de tiempo perdido por el mundo fue a dar a una montaña donde un leñador le indicó el camino de una gruta que se hallaba en la cima, y donde vivía un hombre santo llamado maestro Subodhi, que enseñaba el camino de la vida eterna. Mono encontró la gruta, pero había una puerta de madera que cerraba la entrada. Mono era demasiado tímido para llamar a la puerta, así que trepó a un pino y se sentó empezando a desgarrar piñones. Al poco rato la puerta se abrió y se asomó un paje que dijo:
- Señor paje, he venido para ser discípulo de tu maestro, no me atrevería a hacer ruido aquí.
- ¿Eres uno de los que busca el Camino? –preguntó el paje.
- Sí –dijo Mono.
- ¡Qué raro! –replicó el paje -. El Maestro estaba interpretando las escrituras cuando de pronto se volvió a mí y me dijo que debía ir a la puerta y dejar entrar a quien viniera en busca del Camino. Supongo que se refería a ti. Será mejor que entres.
Y condujo a Mono ante el Maestro.
- ¿De dónde vienes? –le preguntó éste.
- De la Montaña de las Flores y los Frutos.
- ¡Qué mentiroso! ¡Vete de aquí! –dijo el Maestro muy enojado-. ¿Cómo puedes venir de allá cuando hay que atravesar el mar, por no hablar de toda la tierra que hay que recorrer?

Mono protestó y le contó la verdad, la historia de su nacimiento del huevo de piedra. El Maestro, al darse cuenta de que no se trataba de un mono corriente, lo aceptó como discípulo y le dio un nuevo nombre como era costumbre hacer con aquellos que abandonaban su casa para ir en busca del Camino. El mono adoptó así el nombre de Sun el Iluminado, ya que sun es una de las palabras chinas que significa mono.