lunes, 19 de octubre de 2009

Sol Ebrio



El Kung fu es una manifestación del trabajo, del esfuerzo, de la dedicación y el sacrificio, es un alto grado de excelencia en cada cosa que se hace en la vida. El Kung fu es el resultado de un proceso de transformación que busca la superación del ser humano. El Kung fu es el trabajo y el esfuerzo que realizó en pro de la superación de mí mismo y del otro, llegando a abarcar cuatro canales de desarrollo: físico, mental, social y emocional; los cuales están interrelacionados por vasos comunicantes, de tal forma que cualquier progreso que se logre en uno de ellos afectará a los otros tres proporcionalmente, solo así nuestro cuerpo ha de ser una unidad corpórea susceptible de trascender armónicamente por medio del Kung fu.

El Kung fu no puede ser el egoísmo de un trabajo que busque únicamente satisfacciones personales sin trascendencia en el medio en que convivimos a diario, trabajo para sí mismo, sí, pero que ese trabajo tenga eco en quienes nos rodean, de lo contrario estaremos estancados en un ejercicio que tiende a deteriorarse generación tras generación.

El Kung fu es un ritual lleno de magia que nos sensibiliza con el mundo y nos mantiene inmersos en su naturaleza, brindándonos la posibilidad de ser completamente diferentes y gozar del libre albedrío de percibirnos como seres humanamente humanos. El Kung fu eres tu, soy yo, es cada una de las dificultades que confrontamos en este extraño viaje.

sábado, 17 de octubre de 2009

El Kung fu en la vida real.


Muchos llegamos con la ilusión de aprender a pelear, cerrar los puños bien fuerte, y patear justo en la cara a más de uno, pero ¡qué va! En la primera clase nos pusieron a voltear y de golpecitos nada, lo peor de todo, fue que al final de clase dizque a hablar carreta, ¡que la fraternidad y que tales, que ser mejores seres humanos y pazcuales...! Yo no sé por qué me aguanté y no le metí la mano a ese man, cuando lo mío era parármele en la raya al que fuera “eran otros tiempos”, otras calles, otra vida, una sociedad que exigía a gritos defender el espacio de cada uno a los golpes, levantar al otro sin dejarlo siquiera cuadrar...

Sí que eran otros tiempos, otros intereses, no sé por qué volví, sí a los ocho días ya me estaban echando; hoy, muchos años después, no he aprendido a pelear y tal vez ya no aprenda, pues ya no lo necesito porque ahora me interesa más hablar de fraternidad, trabajo, disciplina, voluntad, transformación, honestidad, perseverancia... cositas de estas, que nos permiten ver el mundo con otros ojos.

Así, muchos de los practicantes vimos una posibilidad en las artes marciales, pero las cosas cambian, cambian las personas, cambia el medio, cambia el paisaje, la sociedad, la forma en la cual percibes una realidad que seguramente para otro ha de ser diferente, también ha cambiado el Kung fu, los maestros y su tradición como una señal de evolución permanente hacia la búsqueda de la excelencia, así vivenciamos el Kung fu en un permanente estado de transformación que nos permite la posibilidad de vernos y de asumirnos seres humanos diferentes, susceptibles de triunfos y fracasos, siempre luchando por una sociedad más justa, por un espacio sin rencores donde podamos convivir con el otro pese a las profundas diferencias que han de unirnos con unos lazos cada ves mas fuertes que se soportan en el respeto como una base fundamental en la convivencia.

PD: Aún después de todo, el cambio no fue suficiente y luego de diez y seis años de servicio al Kung fu, igual, me terminaron echando, por incompatibilidad ideológica, como a los ocho días de haber iniciado la práctica.

Pero aquí estoy, luchando conmigo mismo y no contra el otro como en los viejos tiempos, porque hoy estoy convencido que el Kung fu no es quien toma decisiones, el Kung fu está en cada uno de nosotros y allí seguirá hasta tanto cada uno de los practicantes lo decida.